Basel 1946. La monotonía y la actitud de
extrema dejadez propician que Ruth (Eva Henning) rememore la época feliz. Una
deliciosa travesía en bote, un cálido verano, Ruth quería a Raoul (Bengt
Eklund). Podría pasar todo el verano aquí, a la sombra, sin ensayos o
zapatillas de ballet. Pero Raoul responde que el deber le reclama. Vuelve con
la mujer y los hijos. Ruth, la cual ignoraba tal cosa, se halla desconcertada.
Raoul apunta, que si a su edad no estás casado y con hijos eres un fracasado.
Pero eso no es nada que no se pueda solucionar.
Mientras cumple con los quehaceres domésticos,
Ruth recibe la visita de una señora, que responde al tipo del inspector de
hacienda. Registra armarios y cuartos, hasta que explica que es la mujer del
hombre con el que Ruth vive. Raoul llega con silbidos y saluda al pequeño
monstruito. Cuando advierte la presencia de la señora pregunta qué hace aquí.
La gente habla. Quiere que esto termine. Al oír que envía la esposa a casa,
Ruth replica que marche también y que no vuelva, y se encierra tras una puerta.
Raoul pretende aliviar el embrollo, declara que es un hombre íntegro.
Raoul no puede mantener esa duplicidad y, al
anunciar Ruth un embarazo, la abofetea con carácter de despedida.
Después del amargo trance, Ruth se encuentra
destrozada, con la obsesión de ser estéril.
Un día rutinario. Ruth y Bertil (Birger
Malmsten), alojados en un hotel, la falta de dinero los induce a discutir. Una
escultura que representa la Riña. Ruth ve a Bertil con el aspecto de un animal
atormentado, y es Ruth quien tortura. Si la dejase porque se muestra cansada y
enojada, no querría ser su apéndice. Discurren por una esfera erótica y esotérica.
Bertil exhibe dos valiosas monedas de Arethusa. Las adquirió en Siracusa.
Arethusa se convirtió en un manantial de agua dulce al lado del mar, cuando
huía de la divinidad río Alpheus. Cruzó el fondo del mar para unirse a ese manantial
siciliano. Una idea fantasiosa de los colonos.
Es maravilloso viajar de nuevo. Ruth y Bertil
proyectan pasar dos días sobre ruedas, camino a casa. Ruth distingue a Raoul en
otro express. Recorrieron Verona, Bolonia, Florencia, Venecia, el Lido, Capri,
Mesina, Siracusa. Raoul y señora se dirigen hacia allá. Un silencio incómodo
cayó sobre las dos parejas.
La señora Garelli fue amante del marido de la
bailarina. Tras la defunción del esposo, es atendida por el doctor Rosengren.
Bertil lima las uñas y lee. Ruth se preocupa
por el futuro.
El tren efectúa una parada y una multitud de
hambrientos se aproximan calladamente. Ruth regala la cesta del pic-nic. Los
viajeros se apresuran a socorrer a la turba. Bastante tienen con sobrevivir. No poseen una vida espiritual. Casi se les podría envidiar. Ruth tiene el sentimiento
de ser disoluta. Nada arraiga dentro. Por dentro todo es barro. Es una mujer
histérica. Acusa al esposo de que tiene los ojos fríos.
Para Ruth el ballet no es una profesión. Es un
segundo hogar, más importante que el primero. Empezó pronto y lo ve todo ante
los ojos. La caja de resina en la que pisas para no resbalar, el pie y el
tobillo de Pavlova, el ideal de flexibilidad, el espejo que refleja la escasa
técnica y espíritu que tienes, el campanilleo eterno del piano.
Enfebrecido por el sueño, Bertil imaginó que
atacó a Ruth con una botella.
Viola Garelli se arrojó a la bahía.
El tren es retenido. Comprueban la lista de
pasajeros.
Bertil no desea permanecer solo, ni mantenerse independiente. Eso es peor que el infierno que poseen. Al menos, se tienen el
uno al otro.
Ana Kontroversy
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