viernes, 25 de enero de 2013

JEAN EPSTEIN. MAUPRAT, 1926







En los confines de La Marche y del Berri, en su castillo de Ste-Sévére, el Caballero Hubert (Maurice Schutz), autoridad de la familia Mauprat, disfruta el sosiego de la vida de la corte. Edmée, (Sandra Milowanoff), su unica y amada hija, encuentra el mayor placer en los largos paseos a caballo que, con frecuencia, inquietan al buen anciano.
El caballo de Edmée, extenuado, espumeante, es abandonado en la espesura de la floresta. El padre de Edmée, preocupado por la ausencia, da órdenes a Marcasse, que conoce el lugar, de ir a buscarla. Perdida, atraviesa suelos pantanosos y zonas invadidas por la vegetación. Reclama socorro con desesperación, rodeada por los lobos y el viento que agita los encinares.
El terror que inspiraba La Roche Mauprat se extendía a veinte leguas. Los ajusticiamientos en el lugar eran cotidianos.
Una mala noticia nunca llega sola. El Vizconde de La Marche (René Ferté), Lugarteniente General de la Provincia designado por el Rey, y pretendiente a la mano de Edmée, titubea ante el disgusto que lee en el rostro de su acompañante. Su Majestad se halla irritado contra esos gentileshombres rebeldes. La guardia, impaciente, dio orden de atacar la guarida y destruirla esta noche implacablemente. Hubert de Mauprat responde que ejecute lo que debe hacer.
Edmée rodea los muros de La Roche Mauprat. Ruegan tener el honor de acogerla. La Marquesa de Rochemaure es prima de la joven, aunque está enferma. Tristan de Maupras (Maurice Schutz, en un doble papel), presenta a la recién llegada a una variopinta y siniestra sucesión de invitados, puras caricaturas. Unos disparos significan la visita de los guardias.
Preparados los del castillo para enfrentarse, dejan a Edmée en la sala, en compañía de un joven, Bernard de Mauprat (Nino Costantini). Por tanto, había caído en manos de la rama más joven de la banda Mauprat, unos miserables y peligrosos bandidos y unos canallas. Atacados duramente, un criado solicita a Bernard, tachándole de cobarde. Edmée entiende que el padre viene en su busca y suplica al primo que impida un crimen. Jura que evitará cualquier daño. Toma en brazos a la mujer desvanecida, sale del salón, cierra las puertas con llave y se une a la defensa del castillo, que guardan con arcabuces y cañones.
Bernard explica a Edmée que se trata de la tropa y de los campesinos, que los atacan. Aunque si sucumbe en manos de los gendarmes y de los campesinos furiosos, o en las de los tíos ebrios de la batalla, la suerte será idéntica.
Edmée coquetea con Bernard. Si la ama, la librará del alcance de esos brutos y la guardará para él solo.
Un criado contacta con los guardias. Informa que la señorita de Mauprat se halla en el recinto del castillo, y que la liberarán si los preservan de la destrucción y la masacre.
Edmée y Bernard acceden a un paso oculto, a través de una puerta secreta. De la Marche destruye la puerta del castillo, seguido por Tristan, del que rehúsa la hospitalidad ofrecida.
Edmée rechaza las cortesías del primo, pero no partirá sin él. Aunque tiene que jurar que será suya.
Escapan en la oscuridad a través del arbolado. Sin embargo, los alcanzan De la Marche y los gendarmes, que detienen a Bernard. Mientras Edmée abraza al padre, suspenden una soga de un árbol, dispuestos a colgar al joven. Hubert de Mauprat impide el ahorcamiento.
El caballero cuenta al lugarteniente la historia del sobrino. Desdichado niño. Acertó, hace de esto quince años. Bernard, huérfano de padre y de madre, era el superviviente de la rama vulgar de los Mauprat, y los dos jefes de las ramas primogénita y segunda, Hubert y Tristan, disputaban los derechos del bebé. Cuando Hubert vela el cadáver de la madre de Bernard, Tristan raptó a la criatura y la trasladó al castillo. Mauprat agradece a De la Marche el regreso del joven, el cual transformará en un gentilhombre.
En el castillo de Ste-Sévére, despojaron a Bernard de los harapos y  y fue elegantemente ataviado. No obstante, tiene que aplicarse en merecer la amistad del vizconde, el cual, pronto pertenecerá a la familia, cuando se case con Edmée.
Bernard descubre a la enamorada y al prometido, mientras pasean por el parque. Los aborda y recuerda el juramento. Le muestran indiferencia.
Bernard examina con arrobamiento los viejos vestidos. Respira en los pliegues el perfume del aire, la llamada de la libertad. Escapa y canta en la marcha. En el camino, despoja de la mula a un monje y monta en el animal. El doméstico Marcasse, que descansaba cerca, pretende retenerle. El joven lo llama patán y muestra el puño. El otro indica el momento cuando Edmée averigüe la vuelta al salvajismo.
Después de esta calaverada, Bernard se aplicaba en cultivar el carácter y el porte. Ilusionado con la recompensa del amor de Edmée. Pero Edmée no recordaba ningún acuerdo y aparentaba huir del primo. En las veladas del castillo, Bernard seguía maquinalmente a la joven. Exige una explicación. Responde que no juró pertenecer a un grosero.
Apiadada de la soledad de Bernard, Edmée permite que escale hasta una ventana y bese su mano. Requiere coraje. Si persevera y se transforma en un hombre honrado, puede que le ame.
El arrebato casi igual de los caracteres de los jóvenes, no debía tardar en suavizar de nuevo la conexión, a pesar del compromiso con el vizconde. Descubre unos pedazos de una carta, en que expresa que ama a Bernard.
El indomable orgullo de los Mauprat envenenaba la fútil querella. Cada uno de los jóvenes se obstinaba en su actividad. Bernard decidió dejar el castillo y, con el consentimiento del tío, ingresar en el ejército. Edmée  demand a Marcasse que marche a su lado y cuide de él, ya que es un temerario.
En la ausencia, la señorita de Mauprat no disfrutaba de los elegantes bailes ofrecidos en el castillo. Esa noche, el parque fue rodeado de personajes misteriosos.
El año transcurrió monótono, sin aportar grandes cambios en los hábitos de Ste-Sévére. El Caballero se sentía envejecer, preocupado por el porvenir de Edmée, y acechaba con impaciencia el regreso de Bernard.
Felices con la vuelta del joven, hablan de la reconstrucción del patrimonio. Adormecido en una torre derruida, Bernard sueña con la amenaza de muerte de los tíos.
En una bonita mañana de otoño, las primeras convocatorias de los cuernos sonaron alegremente para la caza del zorro. Bernard quiere hablar con Edmée. Desaprensivo, descuidó la escopeta en la hierba. La señorita evita el contacto, incluso le golpea con la fusta.
Fatalmente, uno de los moradores de Ste-Sévére recogió el arma y disparó a Edmée. Marcasse acusa a Bernard, ya que la escopeta se hallaba al lado del cuerpo de la herida. Y Bernard huyó.
Edmée no se encuentra en condiciones de hablar, y las sospechas pesan sobre Bernard, cuyo temperamento y el pasado tormentoso, excitan la calumnia.
Escondido detrás de los tapices del castillo, consigue acercarse al aposento de la enamorada pero es descubierto, precisamente por el cortesano que disparó a la joven. Este procura un monje a Edmée, cuya charla piadosa aliviará su inmovilidad. Sólo Marcasse había defendido la inocencia de Bernard y le visitaba en la prisión.
Marcasse tiene la idea de contactar con una campesina de La Roche Mauprat, descubre un oscuro complot, y obliga a la doncella a conducirlo al escondrijo.
El proceso se abrió delante del Presidio de Bourges ante el gran concurso del pueblo, emocionado por escuchar la condena del ultimo miembro de la banda Mauprat. El auténtico asesino afirma que no frecuentaba al acusado. Pero Marcasse declara que los habitantes de La Roche Mauprat no son extraños al drama.
La madre de Edmée considera a Bernard capaz del crimen. De la Marche representa al Caballero Hubert, y apunta que la presencia de Edmée puede aclarar las cosas. El monje penitente, que robó las joyas de mademoiselle, fue descubierto como impostor y habitante de La Roche.
El juicio comenzó esa noche, con la asistencia de Edmée, en proceso de recuperación. Declara inocente a Bernard y proyecta casarse con él. Descubren que el monje es Jean Mauprat, el teniente de los bandidos, y encuentran las joyas robadas. Marcasse quiere al principal culpable, Tristan de Mauprat.
Edmée y Bernard pueden, por fin, expresar el amor, suave y dulce como el deslizarse de un cisne en el lago.
Según la novela de George Sand.






Ana Kontroversy
  


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