Una piedra rompe el cristal de la ventana. Rostros convulsos y ferozmente violentos. Un hacha en el barro. Alguien fue abatido a hachazos.
Dos niñas juegan en un prado. Una de ellas, aterrorizada por el sangriento espectáculo, comprueba que el difunto es el padre.
En el cementerio, impregnado de malas hierbas, enlutadas, lloran delante de la tumba. Al lado, yace enterrada también la madre. Una ambigua duda rebusca la intimidad.
Retornan por un camino flanqueado de árboles desnudos por el invierno.
París. El ajetreo de la gran ciudad, los innumerables automóviles. Las adolescentes ya son unas mujeres. Y trabajan de floristas.
El progreso. El metro, el tren, el ferrocarril. Las sórdidas callejas con arroyos de agua. La civilización y las parcelas ocupadas por los desechos. La belleza.
Un muchacho espera a la joven. La amiga los observa desde una prudente distancia.
Un nuevo día comienza. El sol penetra hasta la cama. Juegan con un gatito. La protagonista recibe una carta y sale al encuentro del novio.
Pasean por la ribera del río. Coquetean. Los árboles son reflejados en la superficie del agua.
Por las calles adoquinadas, llegan a la habitación del hombre. La joven huérfana rehúsa las caricias.
La compañera la aguarda inquieta. El tiempo pasa.
El novio quedó dormido. Lo besa dulcemente antes de marchar.
La niebla transparenta los puentes del Sena. Pasea lenta y silenciosa.
Recuerda la niñez, los juegos en el campo, las carreras por el bosque, cuando arrancaba ramas de roble y de acebo y las blandían en el arroyo; las volteretas en la hierba. Era feliz.
En una pared de la calle, traza unas rayas. Son los días que pasó con aquel muchacho.
Pero deja una taberna y no acude al encuentro de la enamorada, la cual ofrece síntomas de inquietud. Camina tambaleante, ebrio. Y sale con la otra. Aun puede llegar. Sin embargo, al cruzar una esquina, los encuentra emocionadamente abrazados. Los sigue hasta el portal. Cierra la ventana. Empieza un idéntico ritual amoroso. La señorita solloza en la calle envuelta por el crepúsculo.
A la puerta del edificio de la Maternidad, inmóvil, sin decidir a donde ir, la joven madre, con un bebé en brazos, marcha fatigada a través de las lluviosas calles de París.
El Sena la magnetiza. Duda, verdaderamente, en terminar con la vida. Visiones distorsionadas y borrosas de las avenidas de la gran ciudad.
En su obsesión, vuelve a la ribera.
El chico es un haragán.
Sentada en un banco, un anciano ocupa un lugar al lado de la madre. El viejo mastica con gravedad pan y salchichón. La desdichada da muestras de tener hambre, y le ofrece con qué aliviar el apetito. Es un día extremadamente frío. El vapor del aliento es espeso. Llora agradecida y a la vez preocupada por el futuro.
Con la negra noche las luces de la ciudad y de las tiendas parpadean. Una desorientada, apura los posos de los vasos.
Acurrucada en una callejuela, la madre protege al bebé y sigue con la vista a una mujer del amor libre. La reclama y enseña la criatura. La dama demuestra el instinto maternal con una dosis de simpatía. Acoge el niño en el seno. La madre la acaricia y la besa.
El inconsciente padre surge de pronto. Pero sin tener tiempo, lo atacan unos maleantes lo hieren con un gran adoquín y lo arrastran.
La joven elabora el bouquet.
Ana Kontroversy
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