La mujer del capitán Ferny acoge de buen grado a la hija y a la viuda del sargento Bernard muerto con honor. Descienden de un pesado y desvencijado tren enlutadas, aunque animosas y agradecidas.
Por la mañana Jeanne (Musidora), una ávida damisela, experimenta el sanador sol de la Provenza. La señora recorre con las invitadas el exótico parque de la mansión. Desbordaba con la magnificencia y fatigada, la viuda prefiere esperar a la orilla de la fuente del tritón. Jeanne se impregna de la química fragancia de las mimosas.
Por la tarde, con la compañía del padre de la anfitriona, el tejido de punto para los valientes soldados. Una carta del marido de la señora Ferny penetra el sentimiento de Jeanne con la noticia de un joven del batallón que nunca recibe correo y solicita que suavice su soledad.
La señora envía un paquete al soldado, una pipa, una bufanda y Jeanne subrepticiamente un billete con el que se identifica huérfana como él y desea ser su madrina, sin eclipsar el gesto generoso de la señora Ferny. El desatendido atesora al lado del corazón la misiva. La correspondencia epistolar emociona a la joven.
Los meses pasaron, las cartas se volvieron más ardientes.
Después de una incursión no hubo más noticias. Y la señora recibe la notificación de que su ahijado, Pierre Delarue, fue gravemente herido. Un golpe fatal para la frágil Jeanne.
Al anochecer era inencontrable. La desdichada se abandonaba a una lenta agonía.
Una mañana, milagrosamente restablecido, Pierre Delarue había aparecido por el castillo.
Demasiado tarde. La desalentada enamorada semejaba dormitar cobijada bajo la floresta, angostada a una tumbona de mimbre cual un ataúd.
De esta manera terminaba la novela de Jeanne y Pierre donde muchas otras comienzan.
Ana Kontroversy
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