miércoles, 2 de enero de 2013

FRED NIBLO. SEX, 1920





"La Frivolidad" de Nueva York. Fiesta de medianoche. En aquella época, la revista era un auténtico tour de force. Cada nuevo espectáculo tenía que superar a los anteriores en atrevimiento. La Danza de la Araña es la sensación. Sol inorgánico, Krishna femenino, la estrella es Adrienne Renault (Louise Glaum). Philip Overman (William Conklin) es su ardiente admirador. La esposa pasa la noche sola, como es habitual. Contrata un detective, que investiga a la mujer que mantiene al marido lejos de casa.
Adrienne instruye a Daisy Henderson (Peggy Pearce), una debutante. Sólo vives una vez. Coge todo lo que puedas conseguir, y nunca sientas pena, salvo de ti.
Un party ocupa la noche entera. Overman da a la mujer por excusa, asuntos de negocios.
La señora Overman (Myrtle Stodman) indaga en el apartamento de Adrienne. Viene a apelar a su decencia. Responde que el marido se encuentra cansado de ella y que pretende echarle la culpa. No fue robado. Ella, simplemente perdió algo. Lo encontró y quiere quedárselo. El sentido del juego justo es un lujo que no puede permitirse.
Overman aparece con un ramo de flores. La sorpresa es mayúscula. La esposa sabe que estancarse no  aprovecha nada. El marido la acusa de espiarlo. La señora Overman quiere el divorcio. Overman muestra un gran disgusto. La vedette le insta a no presentar tal aspecto apolillado. Tendría que mostrar contento de que no lo echase.
La noche siguiente, para Daisy, la cual fue testigo de la escena, una vivaz curiosidad suplantó al miedo. La díscola Adrienne contesta que las mujeres siempre batallan por los hombres. Lo toman como habitual. Y cuando sucumben, por la mala suerte de otra mujer, sólo son unas malditas tontas.
A lo largo de la autopista del hartazgo y la locura, cada kilómetro es el lugar de enterramiento de un mes gastado y perdido.
Overman se divorció, pero sin encontrar gran satisfacción en el hecho.
Dick Wallace (Irving Cummings), de Pittsburg, llegó con la idea de comprar Nueva York y traerlo a casa con él. Tiene el dinero para hacerlo. El lugar de la fiesta es diabólicamente sórdido y circula fluidamente el alcohol. Adrienne, interesada por el millonario, requiere que venga a su mesa. La vio bailar. Tras echar una furtiva ojeada al antiguo acompañante, musita, coqueta, que odiaría verlo en la soledad. Y entrega a Wallace, por debajo de la mesa, una tarjeta.
En el apartamento de Adrienne, Wallace divaga que es un obstáculo que se halle enamorada de otro. En caso diferente, podría animarse y casarse con ella. La vedette evidencia aturdimiento y fascinación con el regalo de un anillo. Llega Overman y Wallace marcha. Adrienne pregunta si se le ocurrió alguna vez que podría casarse. Imagina una luna de miel en Nápoles y Venecia. Lo considera una atracción añadida. Overman pregunta si insinúa que desea que se retire o se incline graciosamente. Es mucho mejor que permanezca fuera. Tiene que considerar su felicidad.
El tiempo, inescrutable, el que pacientemente crea lo que igual de pacientemente destruye.
Nueva York. Dos años después. Adrienne, víctima de su propia acción, se siente profundamente enamorada del marido. Un amor nacido del voluntario abandono del escenario, y que excita el instinto de construir un hogar.
Wallace es atrapado en las redes de Daisy Henderson, la nueva estrella.
La vigilia, odiada por las mujeres. Adrienne aguarda en la madrugada el regreso del esposo. El despertar. Ordena las ropas del enamorado. Encuentra una pitillera dedicada por Daisy. Decide ir a hablarle.
Los Overman reconciliados. Buscan otra oportunidad.
Adrienne no responde al saludo de Daisy. Mantiene las distancias. Tiene que escucharla. Dick es suyo. Es su marido. Debe dejarlo. Empuña un abrecartas. Daisy recuerda los asuntos de maridos de los pasados tiempos. Dick tiene dinero y es una ayuda. Adrienne la traspasa con los ojos. La otra retrocede amedrentada. Y, como había sucedido años antes, aparece Wallace con un regalo. Descubre alarmado a la esposa. Adrienne lo llama canalla. Replica que tiene el valor de espiarlo. Adrienne apela a Daisy. Pero esta torna la cabeza hacia otro lado. Dolorida, se aleja del apartamento.
En casa, Adrienne cuestiona por qué tuvo que pasarle esto. Abatida, rememora el espectáculo frente a la esposa de Overman. Yace deshecha en lágrimas.
El matrimonio Wallace, enfrentado después de aquella demostración. Adrienne, ante la frialdad del esposo,    reclama que vuelva con su mujer. Pero es dramáticamente rechazada. No puede intimidarlo. 
Profundamente deprimida, hojea en un diario las salidas de los barcos hacia Liverpool, Havre y Breste. El primer instinto del golpeado y oprimido es precipitarse y escapar.
A bordo del crucero Gothic, de la Línea Blue Star, con el estrellado anochecer de su primera velada en el mar, y un bailongo en el salón de la nave, Adrienne descubre a Overman, recibido amorosamente por la esposa, en su segunda luna de miel. Apenada, asiste a la puesta de sol.
Los standards de moda de moralidad, demandan eternamente, que el alma desnuda del sexo sea limpiada de sus falsedades, lo que sólo puede conseguirse a través de las lágrimas más amargas.




Ana Kontroversy









1 comentario:

  1. El otro día vi esta peli y, si tengo que decir la verdad, me gustó mucho a pesar de las malas opiniones que me habia dado un amigo. La razón no es otra que el genial reparto que tiene.

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