jueves, 17 de enero de 2013

ERICH VON STROHEIM. FOOLISH WIVES, 1922







Villa Amorosa, aislada, pero cercana a Monte Carlo, es alquilada para la season por tres miembros de la aristocracia rusa, la princesa Olga Petchnikoff (Maude George), su prima, la princesa Vera (Mae Busch) y el primo, conde Sergius Karamzin (Erich von Stroheim). El ultimo practica el tiro de pistola con silenciador, a la orilla del Mediterráneo.
El almuerzo lo compone un abridor de ojos, un vino color guinda y un cereal, el caviar.
La conversación recae en Ventucci, que viene esta tarde con veinte de los miles de billetes de franco. De los que podrán tener más en unos pocos días. Sería de desear que los billetes fuesen reales. Es molesto hacer este tipo de cosas.
Reciben a Ventucci, acompañado de la hija, una joven a punto de dejar la edad infantil. El falsificador se define como un artista, los billetes pasarán en cualquier sitio.
Karamzin lee en "Le Petit Monégasque" la noticia de una misión diplomática. A bordo del crucero Salem, que ancla hoy en la bahía de Mónaco, el señor Andrew J. Hugues, y señora, plenipotenciario de Estados Unidos, presentará su diploma ante su Alteza el Príncipe de Mónaco.
La princesa Olga señala que la posición que disfrutan es incierta. Conseguir la amistad de estos americanos y exhibirse a su lado, debería aquietar cualquier sospecha sobre su identidad. Ganar la aceptación de aquellos  tranquilizará a la gente que conocen, y puede evitar que otros se vuelvan indagadores. Al menos, hasta que  embolsen lo suficiente y puedan escapar. Con la habilidad de Sergius, establecer afinidad con la señora Hughes no es asunto intrincado. Tendrá lugar una audiencia con el príncipe, y el conde reconoce haber sentido siempre debilidad por las mujeres americanas. Gozará con esa tarea.
Monte Carlo. Salitre del Mediterráneo. Brisa de las nieves alpinas. Ruleta. Trente-et-Quarante. Ecarté. Mundano. Cocottes. Reyes y ladrones. Amores y suicidas. Y olas.
Karamzin aborda a la señora Hughes (Miss Dupont), mientras lee en la terraza del hotel. Encarga a un botones que lo anuncie para comunicar un aviso. Unos viejos conocidos de la señora Hughes propician la presentación. Aunque el marido nunca los perdonará por haberle presentado a este notorio rompecorazones. Cuando quedan a solas, el conde señala, en una amistosa confidencia, que ambiciona que los asuntos de negocios lo detengan indefinidamente. Conversan animadamente. Advierte a la señora Hughes acerca de los hambrientos de dinero, un peligro para los extranjeros. Se hallará feliz de representar a un amable protector. Conoce los enigmas del lugar.
Por la mañana. Mar de zafiro. Todos de vacaciones. Disparo de rifle. Palomas melancólicas. Brutalidad del hombre. Y siempre el sol.
En una exhibición de tiro al pichón, el conde destaca como buen tirador. El señor Hughes (Rudolph Christians) nota, con disgusto, las sonrisas cambiadas con la esposa.
Y la noche. Voluptuosa. Sensual. Erótica. La gran alcahueta del mundo.
A bordo de las exóticas barcarolas nocturnas, reparten las compañías. El conde y la señora. El americano y las primas. El marido semeja molesto esta noche. Debe haberse fijado en las orquídeas que regaló a la dama. La señora Hughes contesta que es su manera de comportarse. Es irreflexivo en muchas cosas y, como muchos maridos, no le gusta que se lo recuerde.
Vanidad de la mujer. Aduladora. Sutil. Insistente. Maridos ocupados. Ociosas y tontas esposas.
La señora Hughes, el conde y Olga, con un atuendo de viuda enlutada, en el Hotel des Rêves, en el campo. El conde y Helen dan un paseo. Empezó a llover. Karamzin, el cual dominaba perfectamente el país, pronto fue capaz de encontrarse perdido. Helen, nerviosa, exige regresar. Un rayo destruyó el puente y, tras torcer un tobillo, la dama americana se desvaneció. El conde la transporta en brazos a una barca. La tempestad arrecia y el agua invade el bote. Traslada a la mujer a la orilla de cañas, semihundidos en el pantanoso terreno.
Durante horas, la borrasca mantuvo a Olga prisionera en el hotel. Telefonea a Hughes, y explica que el temporal bloqueó las carreteras y los puentes.
Karamzin busca refugio en la humilde morada de una anciana. Helen quiere marchar, a pesar del vendaval. Pero el pie precisa completo reposo. Con la ayuda de un espejo de mano, el conde la espía cuando cambia de ropa. La señora termina por rendirse al cansancio y al sueño.
A la cabaña llegó un fraile en busca de cobijo.
Justamente antes de amanecer, regresaron al Hotel des Rêves, en compañía del ermitaño.
En el coche que los conduce a Monte Carlo, Helen no atiende las tiernas palabras de Olga, la cual recomienda que cuente al marido que pasaron la noche en el hotel. Y al preguntar por el comportamiento de Sergius, adopta un gesto de resignación.
El americano duerme apaciblemente. Olga interroga a Karamzin acerca del improvisado Hotel Garoupe (hotel de cinco estrellas en Antibes, Cannes). No encuentra gracioso el comentario. La princesa concibe que en el celo por la caza olvide que es el dinero, no la mujer, lo que quieren.
Después de acudir a casa de Ventucci (el cual enseña una navaja que defendería a la hija en cualquier caso), para adquirir más billetes falsificados, Karamzin charla con Marushka, la camarera, a la que tratan como una esclava, que insiste en recordar la promesa que hizo de matrimonio. Marushka presume que llora por la falta de dinero. En realidad, son unas gotas de agua que dejó caer en el mantel, ya que tenía los dedos remojados, con el fin de hacer la manicura, y ofrece sus peculios atesorados.
El salón de la Ruleta. El sonido de los rastrillos en el tapete verde, y las fichas sobre las fichas, el crujido de los billetes. Un jugador, desesperado porque el azar lo abandonó, cede el asiento a la señora Hughes, a la  cual acompaña el conde. Supersticioso, toca la joroba de un turista. La fortuna se encuentra del lado de la dama esta noche. Diosa inconstante, él perdió su favor. Sugiere que podría conseguir cien mil francos, y para el ruso esto es la vida. Aunque, en ocasiones, significa la muerte. Apuestan al 8 y la señora gana un montón de billetes. Hughes, el cual acompañaba a las princesas, las cita para jugar al poker. Helen sufre de migraña, y regresa al hotel.
Karamzin pasa, a escondidas, una nota a la dama americana. Su vida y honor se hallan en juego. Puede salvarle. La espera en la villa esta noche.
En el camino de Villa amorosa, los huéspedes pierden el dinero bueno y ganan los bonitos billetes de Ventucci.
Preparándose para cazar la cierva blanca, los botones de latón son poderosa magia.
Mientras aguarda un coche, Helen repara en un serio sujeto uniformado, al cual ya había visto anteriormente. No había notado que le faltaban los dos brazos y, bondadosa, ayuda a vestir el abrigo, tirado en el suelo. El conde acecha a la puerta de la villa.
Hughes, tras una deliciosa velada, despide a la princesa. Recuerda el trastorno de la esposa y no quiere dejarla sola.
Karamzin dirige a Helen a un lúgubre aposento, iluminado con la luz de las velas. Pero Marushka vigila, por el ojo de la cerradura. El conde da rienda suelta a la hipocresía. Verse obligado a pedir ayuda a una mujer. No le importaría si sólo su vida se encontrase en juego, pero es el honor de su nombre, el nombre del padre. Ofrecida la ayuda, explica que por la mañana precisará noventa mil francos, una deuda de honor, que pagará con dinero o con sangre. Ha dado todo a su país y, cuando le urge, no lo tiene. Orgullosa de verse honrada con sus confidencias, Helen le entrega el dinero. Pero Marushka los encierra con llave y, acto seguido, libera a un pajarillo de la jaula.
Hughes, de regreso al hotel, no encuentra a la esposa. Desconcertado, se derrumba en un asiento como un autómata.
La camarera prende fuego a la villa y se da a la fuga. Poco después, decidió despeñarse en el mar. Las llamas alcanzan la estancia en la que se encuentran la americana y el conde ruso, y comprueban que no pueden salir. Reclaman socorro desde el balcón. Hughes ve pasar los bomberos. A punto de envolverlos el fuego, saltan al vacío, en la lona. La señora Hughes pierde el conocimiento. El enviado americano llega al lugar del siniestro.
Los jugadores del casino de la villa recuperan el vigor tras el susto, con el humo del fuego extinguido como fondo. Hughes vuelve a Villa Amorosa y exige al conde que quite el monóculo. Después de mandarle al infierno, le propina un puñetazo, que lo derriba al suelo. Como oficial y caballero, el conde ruso demanda una disculpa. El americano replica que no es siquiera un hombre, y cuanto más rápido salga de Monte Carlo con las dos queridas primas, mejor.
Tres horas después de medianoche, Villa Amorosa se encontraba impregnada del silencio y  la oscuridad. Las princesas preparan con prisa los equipajes. Y el conde, en un postrer paseo nocturno, ronda la casa de Ventucci y escala el muro. Repta hacia la ventana de la hija del falsificador. Una maceta produjo ruido al estrellarse. No obstante, la inocente joven  obedece el silencio que el conde indica. A la vez, en la villa, las princesas son capturadas en el momento de escapar. Mostradas unas fichas, son buscadas como vulgares delincuentes.
Ventucci mata al conde, y tira el cuerpo en una alcantarilla.
Ha sucedido que la desilusión llegó finalmente a una imprudente esposa, quien encontró en el propio marido la honestidad que había buscado en un falsificador.
  





Ana Kontroversy






   

1 comentario:

  1. Los 130 minutos que le quedaron de la version original de 6 horas son terrificos y en sus tiempos era la pelicula mas cara de su epoca. muy buena selecion de argumentos de peliculas en este blog. KEIN

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