miércoles, 27 de mayo de 2015

GRIGORI KOZINTSEV. SHINEL (EL CAPOTE), 1926








Bashmachkin (Andrei Kostrichkin) era empleado copista de un departamento. Un empleado sin nada especial, culpa del clima de San Petersburgo. En la oficina nadie le tenía el menor respeto. Aceptaba lo que dejaran sobre la mesa. Cuando llenaba el estómago, se ponía a copiar papeles traídos a ese efecto de la oficina. Con el rango de un consejero titular, vestía un amplio y vistoso capote, con el cuello de piel de marta.
Los empleados se burlaban de él. En mitad de las impertinencias no cometía ningún error en las copias, entregado a su actividad. Motivo de ensoñaciones y fantasías, en su existencia sin ninguna distracción, retratado en un tono de comedia frívola.
Acecha en Peter un enemigo feroz. El frío norteño. Enérgico y punzante, igual que los ajusticiados que Bashmachkin ve azotar a través de las rejas.
Llegaba el primero a la oficina y salía el ultimo. De tal manera transcurría la vida apacible de un ser humano, que se había conformado con su suerte.
Los años habían pasado y el banal empleado notó los defectos de su desgastado capote. El sastre Petróvich estimó que era prenda perdida, que el capote se hallaba totalmente pasado.
Bashmachkin entendió que no podría arreglárselas sin un capote nuevo. Resolvió que tendría que reducir los gastos corrientes. Se acostumbró a las privaciones.
Con el nuevo capote se volvió más animoso. Le sentaba a la perfección, impecable. Transita por las calles nevadas, arcaica imagen de serpentina.
Todos los empleados se apresuraron a la conserjería, para ver aquella prenda. Había que remojar el nuevo capote y darle una fiesta.
El auxiliar de jefe de oficina, que ofrecía el convite, vivía a lo grande en la parte mejor de Peter. En el recibidor, de los percheros colgaban capas y capotes. Bashmachkin no sabía cómo comportarse.
Quiso evitar que el anfitrión lo retuviera y salió sigilosamente, buscó su capote -que con gran dolor de su corazón encontró tirado en el suelo- y bajó a la calle.
Pronto aparecieron las perspectivas desiertas y lúgubres. Las vallas eran de madera. Sólo la nieve resplandecía. Se aproximaba a una plaza inmensa, un desierto pavosoro. Vio cuatro bigotudos, que le arrebataron el capote y que con un golpe lo arrojaron de bruces a la nieve. Desesperado, se lanzó en dirección a una garita. El guardia no había visto nada. Una esfinge y otras esculturas son los testigos de su desolación. Llegó a casa totalmente descompuesto. Sufrió alucinaciones reflejadas con un expresionismo delirante.
Con dificultad para ver al comisario, no fijó su atención en el punto esencial y se derrumbó sin sentido. No acudió a la oficina aquel día, caso insólito en su trayectoria profesional.



Ana Kontroversy





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